El día pasó corriendo
como el pensamiento del viento.
Ni siquiera el espacio,
con su canto de alas deshojadas,
se arremolinó
por el adiós atardecido.
Pero una amapola
abrió su astilla de polvo,
ensimismada, taciturna
y argumentando
con una suave voz lunar.
No siempre las miradas
tremendas de las luciérnagas
resguardaron los puertos
construidos cuando
la rebeldía repentina de las
lámparas ensangrentadas.
Solo los pájaros arañaron
los bramidos de las puertas
inequívocas y el
estrepitoso entierro del sol.
Para entonces era un abril
amargo y lleno de aguas
saturadas de relámpagos.
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