Jose Marti Poems

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21.
Los dos príncipes (The Two Princes)

The palace is in mourning,
The king cries on his throne;
The queen is also crying,
She's crying all alone.
In handkerchiefs of pure lace
They cry in disbelief,
The nobles of the palace,
Beside themselves with grief.
The royal horses, once so bright,
Are now in black-array:
The horses did not eat last night —
Nor wanted food today.
The courtyard's stately laurel tree
Is stripped of all its leaves:
The people of the country
All carry laurel wreaths.
The king's son has died today:
The king's heir has passed away.

Upon the hill, the shepherd
Has built his simple home:
The shepherdess to ask is heard:
'Why does the sun still come?'
With lowered heads, the sheep
Approach the shepherd's door:
A box he's lining, long and deep,
Upon the cottage floor.
A sad dog keeps watch there;
From the hut is heard a moan:
'Little bird, take me where
My precious one has flown.'
The weeping shepherd takes the spade,
And sinks it in the bower,
And in the hole that he has made
The shepherd lays his flower.
The shepherd's son has died today,
The shepherd's heir has passed away.
...

22.
LOS DOS PRÍNCIPES

El palacio está de luto
Y en el trono llora el rey,
Y la reina está llorando
Donde no la puedan ver:
En pañuelos de holá fino
Lloran la reina y el rey:
Los señores del palacio
Están llorando también.
Los caballos llevan negro
El penacho y el arnés:
Los caballos no han comido,
Porque no quieren comer:
El laurel del patio grande
Quedó sin hoja esta vez:
Todo el mundo fue al entierro
Con coronas de laurel:
—¡El hijo del rey se ha muerto!
¡Se ha muerto el hijo del rey!

En los álamos del monte
Tiene su casa el pastor:
La pastora está diciendo
"¿Por qué tiene luz el sol?"
Las ovejas, cabizbajas,
Viene todas al portón:
¡Una caja larga y honda
está forrando el pastor!
Entra y sale un perro triste:
Canta allá adentro una voz—
"¡Pajarito, yo estoy loca,
Llévame donde él voló!":
El pastor coge llorando
La pala y el azadón:
Abre en la tierra una fosa:
Echa en la fosa una flor:
—¡Se quedó el pastor sin hijo!
¡Murió el hijo del pastor!
...

23.
Los zapaticos de Rosa

A Mademoiselle Marie

Hay sol bueno y mar de espuma,
Y arena fina, y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su sombrerito de pluma.

—«¡Vaya la niña divina!»
Dice el padre y le da un beso:
—«¡Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina!»

—«Yo voy con mi niña hermosa»,
Le dijo la madre buena:
«¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!»

Fueron las dos al jardín
Por la calle del laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín.

Ella va de todo juego,
Con aro, y balde, y paleta:
El balde es color violeta:
El aro es color de fuego.

Vienen a verlas pasar:
Nadie quiere verlas ir:
La madre se echa a reír,
Y un viejo se echa a llorar.

El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy oronda: —«¡Di, mamá!
¿Tú sabes qué cosa es reina?»

Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar,
Para la madre y Pilar
Manda luego el padre el coche.

Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa:
Lleva espejuelos el aya
De la francesa Florinda.

Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con tricornio y con bastón,
Echando un bote a la mar.

¡Y qué mala, Magdalena
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!

Conversan allá en las sillas,
Sentadas con los señores,
Las señoras, como flores,
Debajo de las sombrillas.

Pero está con estos modos
Tan serios, muy triste el mar:
¡Lo alegre es allá, al doblar,
En la barranca de todos!

Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca,
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas.

Pilar corre a su mamá:
—«¡Mamá, yo voy a ser buena:
Déjame ir sola a la arena:
Allá, tú me ves, allá!»

—«¡Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes:
Anda, pero no te mojes
Los zapaticos de rosa.»

Le llega a los pies la espuma:
Gritan alegres las dos:
Y se va, diciendo adiós,
La del sombrero de pluma.

¡Se va allá, dónde ¡muy lejos!
Las aguas son más salobres,
Donde se sientan los pobres,
Donde se sientan los viejos!

Se fue la niña a jugar,
La espuma blanca bajó,
Y pasó el tiempo, y pasó Un águila por el mar.

Y cuando el sol se ponía
Detrás de un monte dorado,
Un sombrerito callado
por las arenas venía.

Trabaja mucho, trabaja
Para andar: ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
Con la cabecita baja?

Bien sabe la madre hermosa
Por qué le cuesta el andar:
—«¿Y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos de rosa?»

—«¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Di, dónde, Pilar!» —«Señora»,
Dice una mujer que llora:
«¡Están conmigo: aquí están!»

—«Yo tengo una niña enferma
que llora en el cuarto oscuro.
Y la traigo al aire puro
A ver el sol, y a que duerma.

»Anoche soñó, soñó
con el cielo, y oyó un canto:
Me dio miedo, me dio espanto,
Y la traje, y se durmió.

»Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando;
Y yo mirando, mirando
Sus piececitos desnudos.

»Me llegó al cuerpo la espuma,
Alcé los ojos, y vi
Esta niña frente a mí
Con su sombrero de pluma».

—«¡Se parece a los retratos
Tu niña!» dijo: «¿Es de cera?
¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?

»Mira: ¡la mano le abrasa,
Y tiene los pies tan fríos!
¡Oh, toma, toma los míos;
Yo tengo más en mi casa!»

«No sé bién, señora hermosa,
Lo que sucedió después:
¡Le vi a mi hijita en los pies
Los zapaticos de rosa!»

Se vio sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa;
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.

Abrió la madre los brazos:
Se echó Pilar en su pecho,
Y sacó el traje deshecho,
Sin adornos y sin lazos.

Todo lo quiere saber
De la enferma la señora:
¡No quiere saber que llora
De pobreza una mujer!

—«¡Sí, Pilar, dáselo! ¡y eso
También! ¡Tu manta! ¡Tu anillo!»
Y ella le dio su bolsillo:
Le dio el clavel, le dio un beso.

Vuelven calladas de noche
A su casa del jardín:
Y Pilar va en el cojín
De la derecha del coche.

Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos de rosa.
...

24.
Amor de ciudad grande

De gorja son y rapidez los tiempos:
Corre cual luz la voz; en alta aguja
Cual nave despeñada en sirte horrenda
Húndese el rayo, y en ligera barca
El hombre, como alado, el aire hiende.
¡Así el amor, sin pompa ni misterio
Muere, apenas nacido, de saciado!
Jaula es la villa de palomas muertas

Y ávidos cazadores! Si los pechos
Se rompen de los hombres, y las carnes
Rotas por tierra ruedan, no han de verse
Dentro más que frutillas estrujadas!

Se ama de pie, en las calles, entre el polvo
De los salones y las plazas: muere
La flor el día en que nace. Aquella virgen
Trémula que antes a la muerte daba
La mano pura que a ignorado mozo;
El goce de temer; aquel salirse
Del pecho el corazón; el inefable
Placer de merecer; el grato susto
De caminar de prisa en derechura
Del hogar de la amada, y a sus puertas
Como un niño feliz romper en llanto;—
Y aquel mirar, dé nuestro amor al fuego,
Irse tiñendo de color las rosas,—
¡Ea, que son patrañas! Pues ¿quién tiene
Tiempo de ser hidalgo? Bien que sienta
Cual áureo vaso o lienzo suntuoso
Dama gentil en casa de magnate!
O si se tiene sed, se alarga el brazo
Y a la copa que pasa, se la apura!
Luego, la copa turbia al polvo rueda,
Y el hábil catador,— manchado el pecho
De una sangre invisible,— sigue alegré
Coronado de mirtos, su camino!
No son los cuerpos ya sino desechos,
Y fosas y jirones! Y las almas
No son como en el árbol fruta rica
En cuya blanda piel la almíbar dulce
En su sazón de madurez rebosa,—
Sino fruta de plaza que a brutales
Golpes el rudo labrador madura!

¡La edad es esta de los labios secos!
De las noches sin sueño! De la vida
Estrujada en agraz! ¿Qué es lo que falta
Que la ventura falta? Como liebre
Azorada, el espíritu se esconde,
Trémula huyendo al cazador que ríe,
Cual en soto selvoso, en nuestro pecho;
Y el Deseo, de brazo de la Fiebre,
Cual rico cazador recorre el soto.

¡Me espanta la ciudad! Toda está llena
De copas por vaciar, o huecas copas!
¡Tengo miedo ¡ay de mí! de que este vino
Tósigo sea, y en mis venas luego
Cual duende vengador los dientes clave!
Tengo sed, —mas de un vino que en la tierra
No se sabe beber! ¡No he padecido
Bastante aún, para romper el muro
Que me aparta ¡oh dolor! de mi viñedo!
Tomad vosotros, catadores ruines
De vinillos humanos, esos vasos
Donde el jugo de lirio a grandes sorbos
Sin compasión y sin temor se bebe!
Tomad! Yo soy honrado, y tengo miedo!
...

25.
El Padre Suizo

Little Rock, Arkansas, Setiembre 1.—«El Miércoles por la noche, cerca de París, condado de Logan, un suizo, llamado Edward Schwerzmann, llevò a sus tres hijos, de dieciocho meses el uno, y cuatro y cinco años los otros, al borde de un pozo, y los echò en el pozo, y él se echò tras ellos. Dicen que Schwerzmann obrò en un momento de locura.—» Telegrama publicado en N. York.

Dicen que un suizo, de cabello rubio
Y ojos secos y còncavos, mirando
Con desolado amor a sus tres hijos,
Besò sus pies, sus manos, sus delgadas,
Secas, enfermas, amarillas manos:—
Y súbito, tremendo, cual airado
Tigre que al cazador sus hijos roba,
Dio con los tres, y con sí mismo luego,
En hondo pozo, —y los robò a la vida!
Dicen que el bosque iluminò radiante.
Una ro****a luz, y que a la boca
Del pozo oscuro, —sueltos los cabellos,
Cual corona de llamas que al monarca
Doloroso, al humano, sòlo al borde
Del antro funeral la sien desciñe,—
La mano ruda a un tronco seco asida,—
Contra el pecho huesoso, que sus uñas
Mismas sajaron, los hijuelos mudos
Por su brazo sujetos, como en noche
De tempestad la aves en su nido,—
El alma a Dios, los ojos a la selva,
Retaba el suizo al cielo, y en su torno
Pareciò que la tierra iluminaba
Luz de héroe, y que el reino de la sombra
La muerte de un gigante estremecía!


¡Padre sublime, espíritu supremo
Que por salvar los delicados hombros
De sus hijuelos, de la carga dura
De la vida sin fe, sin patria, torva
Vida sin fin seguro y cauce abierto,
Sobre sus hombros colosales puso
De su crimen feroz la carga horrenda!
Los árboles temblaban, y en su pecho
Huesoso, los seis ojos espantados
De los pálidos niños, seis estrellas
Para guiar al padre iluminadas,
Por el reino del crimen, parecían!
¡Ve, bravo! ve, gigante! ve, amoroso
Loco! y las venenosas zarzas pisa
Que roen como tòsigos las plantas
Del criminal, en el dominio lòbrego
Donde andan sin cesar los asesinos!
¡Ve! —que las seis estrellas luminosas
Te seguirán, y te guiarán, y ayuda
A tus hombros darán cuantos hubieran
Bebido el vino amargo de la vida!
...

26.
Flor de hielo

Al saber que era muerto Manuel Ocaranza


Mírala: Es negra! Es torva! Su tremenda
Hambre la azuza. Son sus dientes hoces;
Antro su frente; secadores vientos
Sus hálitos; su paso, ola que traga
Huertos y selvas; sus manjares, hombres.
Viene! escondeos, oh caros amigos,
Hijo del corazón, padres muy caros!
Do asoma, quema; es sorda, es ciega: —El hambre
Ciega el alma y los ojos. Es terrible
El hambre de la Muerte!
No es ahora
La generosa, la clemente amiga
Que el muro rompe al alma prisionera
Y le abre el claro cielo fortunado;
No es la dulce, la plácida, la pía
Redentora de tristes, que del cuerpo,
Como de huerto abandonado, toma
El alma adolorida, y en más alto
Jardín la deja, donde blanda luna
Perpetuamente brilla, y crecen sòlo
En vástagos en flor blancos rosales:
No la esposa evocada; no la eterna
Madre invisible, que los anchos brazos,
Sentada en todo el ámbito solemne,
Abre a sus hijos, que la vida agosta;
Y a reposar y a reparar sus bríos
Para el fragor y la batalla nueva
Sus cabezas igníferas reclina
En su puro y jovial seno de aurora.

No: aun a la diestra del Señor sublime
Que envuelto en nubes, con sonora planta
Sobre cielos y cúspides pasea;
Aun en los bordes de la copa dívea
En colosal montaña trabajada
Por tallador cuyas tundentes manos
Hechas al rayo y trueno fragorosos
Como barro sutil la roca herían;
Aun a los lindes del gigante vaso
Donde se bebe al fin la paz eterna,
El mal, como un insecto, sus oscuros
Anillos mueve y sus antenas clava
Artero en los sedientos bebedores!

Sierva es la Muerte: sierva del callado
Señor de toda vida: salvadora
Oculta de los hombres! Mas el ígneo
Dueño a sus siervos implacable ordena
Que hasta rendir el postrimer aliento
A la sombra feliz del mirto de oro,
El bien y el mal el seno les combatan;
Y sòlo las eternas rosas ciñe Al que a sus mismos ojos el mal torvo
En batalla final convulso postra.
Y pío entonces en la seca frente
Da aquél, en cuyo seno poderoso
No hay muerte ni dolor, un largo beso.
Y en la Muerte gentil, la Muerte misma,
Lidian el bien y el mal...! Oh dueño rudo,
A rebeliòn y a admiración me mueve
Este misterio del dolor, que pena
La culpa de vivir, que es culpa tuya
Con el dolor tenaz, martirio nuestro!
¿Es tu seno quizá tal hermosura
Y el placer de domar la interna fiera

Gozo tan vivo, que el martirio mismo
Es precio pobre a la final delicia?
¡Hora tremenda y criminal —oh Muerte—
Aquella en que en tu seno generoso
El hambre ardió, y en el ilustre amigo
Seca posaste la tajante mano!
No es, no, de tales víctimas tu empresa
Poblar la sombra! De cansados ruines,
De ancianos laxos, de guerreros flojos
Es tu oficio poblarla, y en tu seno
Rehacer al viejo la gastada vida
Y al soldado sin fuerzas la armadura.
Mas el taller de los creadores sea,
Oh Muerte! de tus hambres reservado!
Hurto ha sido; tal hurto, que en la sola
Casa, su pueblo entero los cabellos
Mesa, y su triste amigo solitario
Con gestos grandes de dolor sacude,
Por él clamando, la callada sombra!
Dime, torpe hurtadora, di el oscuro
Monte donde tu recia culpa amparas;
Y donde con la selva seca en torno
Cual cabellera de tu cráneo hueco,
En lo profundo de la tierra escondes
Tu generosa víctima! Di al punto
El antro, y a sus puertas con el pomo
Llamaré de mi espada vengadora!
Mas, ay! que a do me vuelvo? Qué soldado
A seguirme vendrá? Capua es la tierra,
Y de orto a ocaso, y a los cuatro vientos,
No hay más, no hay más que infames desertores,

De pie sobre sus armas enmohecidas
En rellenar sus arcas afanados.

No de mármol son ya, ni son de pro,
Ni de piedra tenaz o hierro duro
Los divinos magníficos humanos.
De algo más torpe son: jaulas de carne
Son hoy los hombres, de los vientos crueles
Por mantos de oro y púrpura amparados,—
Y de la jaula en lo interior, un negro
Insecto de ojos ávidos y boca
Ancha y febril, retoza, come, ríe!
Muerte! el crimen fue bueno: guarda, guarda
En la tierra inmortal tu presa noble.
...

27.
Con letras de astros

Con letras de astros el horror que he visto
En el espacio azul grabar querría.
En la llanura, muchedumbre: —en lo alto
Mientras que los de abajo andan y ruedan
Y sube olor de frutas estrujadas,
Olor de danza, olor de lecho, en lo alto
De pie entre negras nubes, y en sus hombros
Cual principio de alas se descuelgan,
Como un monarca sobre un trono, surge
Un joven bello, pálido y sombrío
Como estrella apagada, en el izquierdo
Lado del pecho vésele abertura
Honda y boqueante, bien como la tierra
Cuando de cuajo un árbol se le arranca.
Abalánzase, apriétanse, recógense,
Ante él, en negra tropa, toda suerte

De fieras, anca al viento, y bocas juntas
En una inmensa boca, —y en bordado
Plato de oro bruñido y perlas finas
Su corazón el bardo les ofrece.
...

28.
No, música tenaz, me hables del cielo!

No, música tenaz, me hables del cielo!
¡Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire puro
Abre su cáliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa vuelvo...
¿Casa dije? No hay casa en tierra ajena!...
Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso .
Los restos de mí mismo; ávido y triste,
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre,
¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
Pero tomad a que Virgilio os guíe...
Si no, estaos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como flores
De un jardín infernal se abren las llagas:
Y boqueantes por la tierra seca
Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la aterradora tumba!
No, música tenaz, me hables del cielo!
...

29.
En torno al mármol rojo

En torno al mármol rojo en donde duerme
El coso vil, el Bonaparte infame,
Como manos que acusan, como lívidas
Desgreñadas cabezas, las banderas
De tanto pueblo mutilado y roto
En pedazos he visto, ensangrentadas!
Bandera fue también el alma mía
Abierta al claro sol y al aire alegre
En un asta, derecha como un pino.—
La vieron, y la odiaron: gerifaltes
Diestros pusieron, y ávidos halcones,
A traer el fleco de oro entre sus picos:
Oh! mucho halcón del cielo azul ha vuelto
Con un jirón de mi alma entre sus garras.
Y sus! yo a izarla! —y sus! con piedra y palo
La gentes a arriarla! —y sus! el pino
Como en fuga alargábase hasta el cielo
Y por él mi bandera blanca entraba!
Mas tras ella la gente, pino arriba,


Éste el hacha, ése daga, aquél ponzoña,
Negro el aire en redor, negras las nubes,
Allí donde los astros son robustos
Pinos de luz, allí donde en fragantes
Lagos de leche van cisnes azules,
Donde el alma entra a flor, donde palpitan,
Susurran, y echan a volar, las rosas,
Allí, donde hay amor, allí en las aspas
Mismas de las estrellas me embistieron!—
Por Dios, que aún se ve el asta: mas tan rota
Ya la bandera está, que no hay ninguna
Tan rota y sin ventura como ella
En las que adornan la apagada cripta
Donde en su rojo féretro sus puños
Roe despierto el Bonaparte infame!—
...

30.
Odio el mar

Odio el mar, sólo hermoso cuando gime
Del barco domador bajo la hendente
Quilla, y como fantástico demonio,
De un manto negro colosal tapado,
Encórvase a los vientos de la noche
Ante el sublime vencedor que pasa:—
Y a la luz de los astros, encerrada
En globos de cristales, sobre el puente
Vuelve un hombre impasible la hoja a un libro.

Odio el mar: vasto y llano, igual y frío
No cual la selva hojosa echa sus ramas
Como sus brazos, a apretar al triste
Que herido viene de los hombres duros
Y del bien de la vida desconfía,
No cual honrado luchador, en suelo
Firme y seguro pecho, al hombre aguarda
Sino en traidora arena y movediza,
Cual serpiente letal.— También los mares,
El sol también, también Naturaleza

Para mover el hombre a las virtudes,
Franca ha de ser, y ha de vivir honrada.
Sin palmeras, sin flores, me parece
Siempre una tenebrosa alma desierta.

Que yo voy muerto, es claro: a nadie importa
Y ni siquiera a mí: pero por bella
Ígnea, varia, inmortal amo la vida.

Lo que me duele no es vivir: me duele
Vivir sin hacer bien. Mis penas amo,
Mis penas, mis escudos de nobleza.
No a la próvida vida haré culpable
De mi propio infortunio, ni el ajeno
Goce envenenaré con mis dolores.
Buena es la tierra, la existencia es santa.
Y en el mismo dolor, razones nuevas
Se hallan para vivir, y goce sumo,
Claro como una aurora y penetrante.
Mueran de un tiempo y de una vez los necios
Que porque el llanto de sus ojos surge
Lo imaginan más grande y más hermoso
Que el cielo azul y los repletos mares!—

Odio el mar, muerto enorme, triste muerto
De torpes y glotonas criaturas
Odiosas habitado: se parecen
A los ojos del pez que de harto expira
Los del gañán de amor que en brazos tiembla
De la horrible mujer libidinosa:—
Vilo, y lo dije: —algunos son cobardes,
Y lo que ven y lo que sienten callan:
Yo no: si hallo un infame al paso mío,
Dígole en lengua clara: ahí va un infame,
Y no, como hace el mar, escondo el pecho.

Ni mi sagrado verso nimio guardo
Para tejer rosarios a las damas
Y máscaras de honor a los ladrones:

Odio el mar, que sin cólera soporta
Sobre su lomo complaciente, el buque
Que entre música y flor trae a un tirano.
...

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