Un rato se levanta mi esperanza,
mas cansada d’haberse levantado,
torna a caer, que deja, a mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
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Hermosas ninfas que, en el rio metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
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Amor, amor, un hábito vestí
el cual de vuestro paño fue cortado;
al vestir ancho fue, más apretado
y estrecho cuando estuvo sobre mí.
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Con ansia extrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
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¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mía,
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No las francesas armas odïosas,
en contra puestas del airado pecho,
ni en los guardados muros con pertecho
los tiros y saetas ponzoñosas;
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De aquella vista buena y excelente
salen espirtus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recibidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
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A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían;
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En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
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Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
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