A ti, hermano mío,
que fuiste conmigo a la cruel guerra,
que juntos pasamos el valle
de los dolores;
que tuvimos noches sin dormir,
días sin comer ni beber;
que descubrimos y vadeamos
trampas mortales;
que sufrimos injurias, maltratos,
amenazas y falsas acusaciones;
que lloramos a orillas de los
caminos y bajo los árboles tristes;
que vimos llegar días amargos,
sin esperanza y sin paz;
que sentimos el vaho de la
muerte muy de cerca;
que me diste aliento
cuando mi fe desfalleció;
que sacaste de tu alforja
mendrugos de pan para alimentarme;
que compartiste tu abrigo
cuando el mío se diluyó;
que me llevaste en tus hombros
cuando supuraba mi herida;
que me sacaste de la bruma hasta
ponerme en el mesón;
a ti, hermano del alma,
yo nunca te olvidaré aunque pasen
los terribles torbellinos azotando
esta mi sufrida memoria.
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