Me queda sólo un afán:
Que cuando yo me muera,
Llevéisme a donde están
La mar y su ribera.
Dejadme, en reposo
Y con el bosque a solas,
Gozar, sobre las olas,
De un cielo luminoso.
Banderas no preciso,
Ni extravagante techo,
Hacedme sólo un lecho
De jovenes alisos.
Que nadie en mi pos
Me llore a la testa,
Tan sólo la voz
De hojas depuestas.
Y mientras manantiales
Prosigan su estruendo,
La luna esté fluyendo
Por cimas forestales.
Penetre la campana
Con viento vespertino,
Y el tilo tan divino
Sacuda allá su rama.
Como a partir de entonces
No seré más errante,
Me colmarán las dulces
Memorias de antes.
Los astros ya surgidos
De atrás de los abetos
Me brindarán discretos
Sonrisas, cual amigos.
Austera tocará
La mar su sinfonía...
Empero yo sería
Arcilla y soledad.
(1884)
(Traducido por Paul Abucean)
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