El barro escoge un hombre, lo señala y madura,
le da su resplandor y su fuerza callada
y un poco de ceniza le derrama en la sangre.
Después el hombre busca, se deshace, recuerda,
desovilla sus horas,
pone a trasluz su sangre
y una tarde comprende que ha triunfado el olvido.
Es el tiempo, se dice,
pasó por mi cabeza
llovió en mí
tembló sobre mi pecho
y otro labio encendió para henchir mi tristeza.
Entonces busca, mira, regresa por su frente,
pregunta en el invierno por su roto verano.
Y solo el aire, el sueño, las cosas vagas, una amarga dulzura,
lo hieren sin herirlo, lo deshacen cantando.
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