Todo está igual,
con los asuntos en su sitio de siempre:
el retrato sobre el mueble,
la camisa colgada en el ropero,
los pormenores del día.
Todo sigue lo mismo y, sin embargo,
has oído, presientes, alertamente temes,
oyéndote,
oyendo sigilar en tu sigilo.
Sabes que está ahí, que te mira,
que ha olfateado tus tripas y tus huesos,
que te mide como presa, como cosa ingerible,
esa misma tensión con que lo acechas.
De pronto,
en ímpetu de horror y atropello infinito,
su baba de diamante,
su repentina lengua mojándote el silencio.
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