Jose Marti Poems

Hit Title Date Added
31.
Mi Poesía

Muy fiera y caprichosa es la Poesía;
A decírselo vengo al pueblo honrado...
La denuncio por fiera. Yo la sirvo
Con toda honestidad: no la maltrato;
No la llamo a deshora, cuando duerme,
Quieta, soñando, de mi amor cansada,
Pidiendo para mí fuerzas al cielo;
No la pinto de gualda y amaranto
Como aquesos poetas; no le estrujo
En un talle de hierro el franco seno;
Y el cabello dorado, suelto al aire,
Ni con cintas retòricas le aprieto:
No: no la pongo en lívidas vasijas
Que morirán; sino la vierto al mundo,
A que cree y fecunde; y ruede y crezca
Libre cual las semillas por el viento:
Eso sí: cuido mucho de que sea
Claro el aire en su torno; musicales

Las ramas que la amparan en el sueño,
Y limpios y aromados sus vestidos.—
Cuando va a la ciudad, mi Poesía
Me vuelve herida toda; el ojo seco
Como de enajenado, las mejillas
Como hundidas, de asombro: los dos labios
Gruesos, blandos, manchados; una que otra
Gota de cieno en ambas manos puras
Y el corazón, por bajo el pecho roto
Como un cesto de ortigas encendido:
Así de la ciudad me vuelve siempre:
Mas con el aire de los campos cura.
Baja del cielo en la severa noche
Un bálsamo que cierra las heridas.—
¡Arriba oh corazón!: quién dijo muerte?

Yo protesto que mimo a mi Poesía:
Jamás en sus vagares la interrumpo,
Ni de su ausencia larga me impaciento.
¡Viene a veces terrible! ¡Ase mi mano,
Encendido carbón me pone en ella
Y cual por sobre montes me la empuja!:—
Otras ¡muy pocas! viene amable y buena,
Y me amansa el cabello; y me conversa
Del dulce amor, y me convida a un baño!
Tenemos ella y yo, cierto recodo,
Púdico en lo más hondo de mi pecho:
Envuelto en olorosa enredadera!—
Digo que no la fuerzo: y jamás la adorno,
Y sé adornar; jamás la solicito,
Aunque en tremendas sombras suelo a veces
Esperarla, llorando, de rodillas.
Ella ¡oh coqueta grande! en mi noche
Airada entra, la faz sobre ambas manos
Mirando cómo crecen las estrellas.

Luego, con paso de ala, envuelta en polvo
De oro, baja hasta mí, resplandeciente.
Viome un día infausto, rebuscando necio—
Perlas, zafiros, ónices,
Para ornarle la túnica a su vuelta.—
Ya de un lado, piedras tenía,
Cruces y, acicaladas en hilera,
Octavas de claveles, cuartetines
De flores campesinas; tríos, dúos

De ardiente lirio y pálida azucena.
¡Qué guirnaldas de décimas! qué flecos
De sonoras quintillas! qué ribetes
De pálido romance,— qué lujosos
Broches de rima rara: qué repuesto
De mil consonantillos serviciales
Para ocultar con juicios las junturas:
Obra, en fin, de suprema joyería!—
Mas de pronto una lumbre silenciosa
Brilla; las piedras todas palidecen,
Como muertas, las flores caen en tierra
Lívidas, sin color: es que bajaba
De ver nacer los astros mi Poesía!—
Como una cesta de caretas rotas
Eché a un lado mis versos. Digo al pueblo
Que me tiene oprimido mi Poesía:
Yo en todo la obedezco: apenas siento
Por cierta voz del aire que conozco
Su próxima llegada, pongo en fiesta
Cráneo y pecho; levántanse en la mente,
Alados, los corceles; por las venas
La sangre ardiente al paso se dispone;
El aire ansío, alejo las visitas,
Muevo el olvido generoso, y barro
De mí las impurezas de la tierra!
¡No es más pura que mi alma la paloma

Virgen que llama a su primer amigo!
Baja; vierte en mi mano unas extrañas
Flores que el cielo da: flores que queman,—
Como de un mar que sube, sufre el pecho,
Y a la divina voz, la idea dormida,
Royendo con dolor la carne tersa
Busca, como la lava, su camino:
De hondas grietas el agujero queda,
Como la falda de un volcán cruzado:
Precio fatal de los amores con el cielo:
Yo en todo la obedezco: yo no esquivo
Estos padecimientos, yo le cubro
De unos besos que lloran sus dos blancas
Manos que así me acabarán la vida.
Yo ¡que más! cual de un crimen ignorado
Sufro, cuando no viene: yo no tengo
Otro amor en el mundo ¡oh mi poesía!
¡Como sobre la pampa el viento negro
Cae sobre mí tu enojo! ¡oh vuelve, vuelve,
A mí, que te respeto, el rostro amigo!
De su altivez me quejo al pueblo honrado:
De su soberbia femenil. No sufre
Espera. No perdona. Brilla, y quiere
Que como el limpio lustre del acero
Ya el verso al mundo cabalgando salga;—
Tal, una loca de pudor, apenas
Un minuto al artista el cuerpo ofrece
Para que esculpa en mármol su hermosura!—
¡Vuelan las flores que del cielo bajan,
Vuelan, como irritadas mariposas,
Para jamás volver las crueles vuelan!
...

32.
Pórtico

Frente a casas ruines, en los mismos
Sacros lugares donde Franklin bueno
Citó al rayo y lo ató,— por entre truncos
Muros, cerros de piedras, boqueantes
Fosos, y los cimientos asomados
Como dientes que nacen a una encía
Un pórtico gigante se elevaba.
Rondaba cerca de él la muchedumbre
[............] que siempre en torno
De las fábricas nuevas se congrega:

Cuál, que ésta es siempre distinción de necios,
Absorto ante el tamaño: piedra el otro
Que no penetra el sol, y cuál en ira,
De que fuera mayor que su estatura.
Entre el tosco andamiaje, y las nacientes
Paredes, el pórtico [.......]
En un cráneo sin tope parecía
Un labio enorme, lívido e hinchado.
Ruedas y hombres el aire sometieron:
Trepaban en la sombra: más arriba
Fueron que las iglesias: de las nubes
La fábrica magnífica colgaron:
Y en medio entonces de los altos muros
Se vio el pórtico en toda su hermosura.
...

33.
Canto Religioso

La fatiga y las sábanas sacudo:
Cuando no se es feliz, abruma el sueño.
A ver la luz que alumbra su desdicha

Resístense los ojos—y parece
No que en plumones mansos se ha dormido
Sino en los brazos negros de una fiera.
Al aire luminoso, como al río
El sediento peatón, dos labios se abren:
El pecho en lo interior se encumbra y goza
Como el hogar feliz cuando recibe
En Año Nuevo a la familia amada;—
Y brota, frente al Sol, el pensamiento!

Mas súbito, los ojos se oscurecen,
Y el cielo, y a la frente va la mano
Cual militar que el pabellòn saluda:
Los muertos son, los muertos son, devueltos
A la luz maternal: los muertos pasan.

Y sigo a mi labor, como creyente
A quien ungió en la sien el sacerdote
De rostro liso y vestiduras blancas.—
Practico: En el divino altar comulgo
De la Naturaleza: el mundo todo
Fluye mi vino: es mi hostia el alma humana.
...

34.
Astro Puro

De un muerto, que al calor de un astro puro,
De paso por la tierra, como un manto
De oro sintió sobre sus huesos tibios
El polvo de la tumba, al sol radiante
Resucitó gozoso, viviò un día,
Y se volvió a morir,— son estos versos:

Alma piadosa que a mi tumba llamas
Y cual la blanca luz de astros de Enero,
Por el palacio de mi pecho en ruinas
Entras, e irradias, y los restos fríos
De los que en él voraces habitaron
Truecas, oh maga! en candidas palomas:—
Espíritu, pureza, luz, ternura,
Aves sin pies que el ruido humano espanta,
Señora de la negra cabellera,

El verso muerto a tu presencia surge
Como a las dulces horas el rocío
En el oscuro mar el sol dorado
Y álzase por el aire, cuanto existe
Cual su manto en el vuelo recogiendo,
Y a ti llega, y se postra, y por la tierra
En colosales pliegues [...........]
Con majestad de púrpura romana.
Besé tus pies,— te vi pasar: Señora,
Perfume y luz tiene por fin la tierra!
El verso aquel que a dentelladas duras
La vida diaria y ruin me remordía
Y en ásperos retazos, de mis secos
Y codiciosos labios se exhalaba,
Ora triunfante y melodioso bulle,
Y como ola de mar al sol sereno
Bajo el espacio azul rueda en espuma:
Oh mago, oh mago amor!
Ya compañía
Tengo para afrontar la vida eterna:
Para la hora de la luz, la hora
De reposo y de flor, ya tengo cita.

Esto diciendo, los abiertos brazos
Tendió el cantor, como a abrazar. El vivo
Amor que su viril estrofa mueve
Sólo duró lo que la estrofa dura:
Alma infeliz el alma ardiente, aquélla
En que el ascua más leve alza un incendio
[...........''..........] y el sueño

Que vio esplender, y quiso asir, hundióse
Como un águila muerta: el ígneo, el [...]
Calló, brillò, volvió solo a su tumba.
...

35.
La poesía es sagrada

La poesía es sagrada. Nadie
De otro la tome, sino en sí. Ni nadie
Como a esclava infeliz que el llanto enjuga
Para acudir a su inclemente dueña,
La llame a voluntad: que vendrá entonces
Pálida y sin amor, como una esclava.
Con desmayadas manos el cabello
Peinará a su señora: en alta torre,
Como pieza de gran repostería,
Le apretará las trenzas; o con viles
Rizados cubrirá la noble frente
Por donde el alma su honradez enseña;
O lo atará mejor, mostrando el cuello,
Sin otro adorno, en un discreto nudo.
¡Mas mientras la infeliz peina a la dama,
Su triste corazón, cual ave roja
De alas heridas, estará temblando

Lejos ¡ay! en el pecho de su amante,
Como en invierno un pájaro en su nido!
¡Maldiga Dios a dueños y a tiranos—
Que hacen andar los cuerpos sin ventura
Por do no pueden ir los corazones!—
...

36.
Estrofa Nueva

Cuando, oh Poesía,
¡Cuando en tu seno reposar me es dado!—
Ancha es y hermosa y fúlgida la vida:
¡Que éste o aquél o yo vivamos tristes,
Culpa de éste o aquél será, o mi culpa!
Nace el corcel, del ala más lejano
Que el hombre, en quien el ala encumbradora
Ya en sus ingentes brazos se diseña:
Sin más brida el corcel nace que el viento
Espoleador y flameador, —al hombre
La vida echa sus riendas en la cuna!
Si las tuerce o revuelve, y si tropieza
Y da en atolladero, a sí se culpe
Y del incendio o del zarzal redima
La destrozada brida: sin que al noble
Sol y [ ..........manuscrito inacabado.............. ] vida desafíe.
De nuestro bien o mal autores somos,
Y cada cual autor de sí: la queja
A la torpeza y la deshonra añade
De nuestro error: ¡cantemos, sí, cantemos
Aunque las hidras nuestro pecho roan,
El Universo colosal y hermoso!

Un obrero tiznado, una enfermiza
Mujer, de faz enjuta y dedos gruesos:
Otra que al dar al sol los entumidos
Miembros en el taller, como una egipcia
Voluptuosa y feliz, la saya burda
Con las manos recoge, y canta, y danza:
Un niño que sin miedo a la ventisca,
Como el soldado con el arma al hombro,
Va con sus libros a la escuela: el denso
Rebaño de hombres que en silencio triste
Sale a la aurora y con la noche vuelve,
Del pan del día en la difícil busca,—
Cual la luz a Memnón, mueven mi lira.
Los niños, versos vivos, los heroicos
Y pálidos ancianos, los oscuros
Hornos donde en bridón o tritón truecan
Los hombres victoriosos las montañas.
Astiánax son y Andrómaca mejores,
Mejores, sí, que las del viejo Homero.

Naturaleza, siempre viva: el mundo
De minotauro yendo a mariposa
Que de rondar el sol enferma y muere:
Dejad, por Dios, que la mujer cansada
De amar, con leches y menjurjes híbleos
Su piel rugosa y su beldad restaure
Repíntense las viejas: la doncella
Con rosas naturales se corone:—
La sed de luz, que como el mar salado
La de los labios con el agua amarga
De la vida se irrita: la columna
Compacta de asaltantes, que sin miedo,
Al Dios de ayer sobre los flacos hombros
La mano libre y desferrada ponen,—
Y los ligeros pies en el vacío,—
Poesía son, y estrofa alada, y grito
Que ni en tercetos ni en octava estrecha
Ni en remilgados serventesios caben:

Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo
¡Tallad un plectro: o de la mar brillante
El seno rojo y nacarado, el molde
De la triunfante estrofa, nueva sea!

Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos
Palacios muertos con añejas chupas
De comido blasón, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
¡Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco
Alto y robusto, en fibra rico y savia.
Mas con el sol se alza el deber: se pone
Mucho después que el sol: de la hornería
Y su batalla y su fragor cansada
La mente plena en el rendido cuerpo,
¡Atormentada duerme, —como el verso
Vivo en los aires, Por la lira rota
Sin dar sonidos desolados pasa!
Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado.
...

37.
Odio el mar

Odio el mar, sólo hermoso cuando gime
Del barco domador bajo la hendente
Quilla, y como fantástico demonio,
De un manto negro colosal tapado,
Encórvase a los vientos de la noche
Ante el sublime vencedor que pasa:—
Y a la luz de los astros, encerrada
En globos de cristales, sobre el puente
Vuelve un hombre impasible la hoja a un libro.—

Odio el mar: vasto y llano, igual y frío
No cual la selva hojosa echa sus ramas
Como sus brazos, a apretar al triste
Que herido viene de los hombres duros
Y del bien de la vida desconfía;
No cual honrado luchador, en suelo
Firme y pecho seguro, al hombre aguarda
Sino en traidora arena y movediza,
Cual serpiente letal. —También los mares,
El sol también, también Naturaleza
Para mover al hombre a las virtudes,
Franca ha de ser, y ha de vivir honrada.
Sin palmeras, sin flores, me parece
Siempre una tenebrosa alma desierta.

Que yo voy muerto, es claro: a nadie importa
Y ni siquiera a mí: pero por bella,
Ígnea, varia, inmortal, amo la vida.

Lo que me duele no es vivir: me duele
Vivir sin hacer bien. Mis penas amo,
Mis penas, mis escudos de nobleza.
No a la próvida vida haré culpable
De mi propio infortunio, ni el ajeno
Goce envenenaré con mis dolores.
Buena es la tierra, la existencia es santa.
Y en el mismo dolor, razones nuevas
Se hallan para vivir, y goce sumo,
Claro como una aurora y penetrante.
Mueran de un tiempo y de una vez los necios
Que porque el llanto de sus ojos surge
Más grande y más hermoso que los mares.

Odio el mar, muerto enorme, triste muerto
De torpes y glotonas criaturas
Odiosas habitado: se parecen
A los ojos del pez que de harto expira
Los del gañán de amor que en brazos tiembla
De la horrible mujer libidinosa:—
Vilo, y lo dije: —algunos son cobardes,
Y lo que ven y lo que sienten callan:
Yo no: si hallo un infame al paso mío,
Dígole en lengua clara: ahí va un infame,
Y no, como hace el mar, escondo el pecho.
Ni mi sagrado verso nimio guardo
Para tejer rosarios a las damas
Y máscaras de honor a los ladrones:
Odio el mar, que sin cólera soporta
Sobre su lomo complaciente, el buque
Que entre música y flor trae a un tirano.
...

38.
Luz de luna

Esplendía su rostro: por los hombros
Rubias guedejas le colgaban: era
Una caricia su sonrisa: era
Ciego de nacimiento: parecía
Que veía: tras los párpados callados
Como un lago tranquilo el alma exenta
Del horror que en el mundo ven los ojos,
Sus apacibles aguas deslizaba:—
Tras los párpados blancos se veían
Aves de plata, estrellas voladoras,
En unas grutas pálidas los besos
Risueños disputándose la entrada
Y en el dorso de cisnes navegando
Del ciego fiel los pensamientos puros.

Como una rama en flor al sosegado
Río silvestre que hacia el mar camina,
Una afable mujer se asomò al ciego:
Temblò, encendiòse, se cubriò de rosas,
Y las pálidas manos del amante
Besò cien veces, y llenò con ellas:—
En la misma guirnalda entrelazados
Pasan los dos la generosa vida:
Tan grandes son las flores, que a su sombra
Suelen dormir la prolongada siesta.

Cual quien enfrena un potro que husmeando
Campo y batalla, en el portal sujeto
Mira, como quien muerde, al amo duro,—
Así, rebelde a veces, tras sus ojos
El pobre ciego el alma sujetaba:—
—«Oh, si vieras! —los necios le decían

Que no han visto en sus almas —oh si vieras
Cuando sobre los trigos requemados,
Su ejército de rayos el sol lanza,
Còmo chispean, cómo relucen, cómo,
Asta al aire, el hinchado campamento
Los cascos mueve y el plumón lustrosos.
Si vieras cómo el mar, roto y negruzco
Vuelca al barco infeliz, y encumbra al fuerte;
Si vieses, infeliz, cómo la tierra
Cuando la luna llena la ilumina
Desposada parece que en los aires
Buscando va, con planta perezosa,
La casa florecida de su amado.
—Ha de ser, ha de ser como quien toca
La cabeza de un niño!—
—Calla, ciego:
Es como asir en una flor la vida».

De súbito vio el ciego; esta que esplende,
Dijéronle, es la luna; mira, mira
Qué mar de luz: abismos, ruinas, cuevas,
Todo por ella casto y blando luce
Como de noche el pecho de las tòrtolas!
—Nada más? —dijo el ciego, y retornando
A su amada celosa los ya abiertos
Ojos, besòle la temblante mano
Humildemente, y díjole:
—No es nueva,
Para el que sabe amar, la luz de luna.
...

39.
Hierro

Ganado tengo el pan: hágase el verso,—
Y en su comercio dulce se ejercite
La mano, que cual prófugo perdido
Entre oscuras malezas, o quien lleva
A rastra enorme peso, andaba ha poco
Sumas hilando y revolviendo cifras.
Bardo ¿consejo quieres? pues descuelga
De la pálida espalda ensangrentada
El arpa dívea, acalla los sollozos
Que a tu garganta como mar en furia
Se agolparán, y en la madera rica
Taja plumillas de escritorio, y echa
Las cuerdas rotas al movible viento.
¡Oh alma! ¡oh alma buena! mal oficio
¡Tienes!: póstrate, calla, cede, lame
Manos de potentado, ensalza, excusa
Defectos, tenlos —que es mejor manera
De excusarlos, y mansa y temerosa
Vicios celebra, encumbra vanidades:
Verás entonces, alma, cuál se trueca
En plato de oro rico tu desnudo
¡Plato de pobre!
Pero guarda ¡oh alma!
¡Que usan los hombres hoy oro empañado!
Ni de eso cures, que fabrican de oro
Sus joyas el bribón y el barbilindo:
¡Las armas no, —las armas son de hierro!

Mi mal es rudo: la ciudad lo encona:
Lo alivia el campo inmenso: ¡otro más vasto
Lo aliviará mejor! —Y las oscuras
Tardes me atraen, cual si mi patria fuera
La dilatada sombra. ¡Oh verso amigo:
Muero de soledad, de amor me muero!

No de vulgar amor: estos amores
Envenenan y ofuscan: no es hermosa
La fruta en la mujer, sino la estrella.
La tierra ha de ser luz, y todo vivo
Debe en torno de sí dar lumbre de astro.
¡Oh, estas damas de muestra! ¡oh, estas copas
De carne! ¡Oh, estas siervas, ante el dueño
Que las enjoya o estremece echadas!

¡Te digo, oh verso, que los dientes duelen
De comer de esta carne!
Es de inefable
Amor del que yo muero, —del muy dulce
Menester de llevar, como se lleva
Un niño tierno en las cuidosas manos,
Cuanto de bello y triste ven mis ojos.

Del sueño, que las fuerzas no repara
sino de los dichosos, y a los tristes
El duro humor y la fatiga aumenta,
Salto, al Sol, como un ebrio. Con las manos
Mi frente oprimo, y de los turbios ojos
Brota raudal de lágrimas. ¡Y miro
El Sol tan bello y mi desierta alcoba,
Y mi virtud inútil, y las fuerzas
Que cual tropel famélico de hirsutas
Fieras saltan de mí buscando empleo;—
Y el aire hueco palpo, y en el muro
Frío y desnudo el cuerpo vacilante
Apoyo, y en el cráneo estremecido
¡En agonía flota el pensamiento,
Cual leño de bajel despedazado
Que el mar en furia a playa ardiente arroja!

¡Sólo las flores del paterno prado
Tienen olor! ¡Sólo las seibas patrias
Del sol amparan! Como en vaga nube
Por suelo extraño se anda: las miradas
Injurias nos parecen, y el sol mismo,
¡Más que en grato calor, enciende en ira!
¡No de voces queridas puebla el eco
Los aires de otras tierras: y no vuelan
Del arbolar espeso entre las ramas
Los pálidos espíritus amados!
De carne viva y profanadas frutas
Viven los hombres, —¡ay! mas el proscripto
De sus entrañas propias se alimenta!
¡Tiranos: desterrad a los que alcanzan
El honor de vuestro odio: —ya son muertos!
Valiera más ¡oh bárbaros! que al punto
De arrebatarlos al hogar, hundiera
En lo más hondo de su pecho honrado
Vuestro esbirro más cruel su hoja más dura!

Grato es morir, horrible, vivir muerto.
¡Mas no! ¡mas no! La dicha es una prenda
De compasión de la fortuna al triste
Que no sabe domarla: a sus mejores
Hijos desgracias da Naturaleza:
Fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro!
...

40.
Mantilla Andaluza

Por qué no acaba todo, ora que puedes
Amortajar mi cuerpo venturoso
Con tu mantilla, pálida andaluza!—
No me avergüenzo, no, de que me encuentren
Clavado el corazón con tu peineta!

Te vas! Como invisible escolta, surgen
Sobre sus tallos frescos, a seguirte
Mis jardines sin mancha y mis claveles:
Te vas! Todos se van! y tú me miras,
Oh perla pura en flor, como quien echa
En honda copa joya resonante,—
Y a tus manos tendidas me abalanzo
Como a un cesto de frutas un sediento.

De la tierra mi espíritu levantas
Como el ave amorosa a su polluelo.
...

Close
Error Success