retrato con madona, santos y granero Poem by WINGSTON GONZÁLEZ

retrato con madona, santos y granero

retrato con madona, santos y granero encontrás
cámara en mano, abrazás la sal del universo
la reproducís, la reescribís, deconstruís
el sonido del agua cuando un cuerpo desespera

ñandús corren por tundra asombrosa
destrucción de pechos, presencias fijas, preguntas
cosas obvias, lugar exacto, sentido, palabra limpia
en brizna de paja, exaltada, una voz pregunta
porqué un ñandú correría por tundra si apenas
sé qué es tundra, si apenas, he imaginado ñandú, apenas
su imagen incompleta, su rasgo de plaga, ese
retrato que rompe este poema, la pequeña hermenéutica
de la plenitud difícil de los besos, de las fotografías
en la pared de tu cuarto, tus recuerdos
plenos de resonancias muertas, qué
qué significa ser pleno
si hay que romperlo todo, qué significa el verdor
tras puerta y nube de cigarrillos a dos centímetros del techo
dibujando un cuerpo, secando piel que suda
sombra del nosferatu, jóvenes británicos
pub fantasma del Yorkshire, arrabal maldito
posibilidad monstruosa, asomada
en el frontispicio de un cine que abandonamos
a fantasmas que nunca vieron estos pueblos, dentro
del vientre de una batalla contra imagen hundida
en sofás baratos, tv technicolor, de lado a la herencia
la miseria de pariente extranjero cuya calavera asoma
por el cierre de los pantalones mientras el agua golpea
tus recuerdos, dispersos, el tiempo atípico
el leve simulacro de traducción que suena en las palabras
que escribo para ti, animal intraducible
cuando en O brother where art thou brilla arrodillado
ese mismo muchacho, dentro de la canción
de tres sepultureros negros cavando lluvia muy lejos
lejos
del lugar en que le encontrás, redundante, innecesario
bar alegre y oscura piedad, insolación adolescente irritable
le tirás
lazo, llamada telefónica, pantalla plasma
a él que no es valiente, que no es bravo, que jamás
amasa coraje para emborracharse y perder
el control que queda de la vida; maceta al océano
o hipopótamo que habla de amor cara a un ataúd
ya no sé, la vida, ya no sé dónde alzar
el niño mugriento que a las dos de la tarde
despierta un domingo y piensa
en el fondo ofendido de esta ciudad, en esta marcha
que exhibe el espectro imantado
de mi cabello agua, cabello luz, cabello placidez municipal
factura incendiaria que baila como el mar

como una tabla de felicidad en un pueblo
que no habla bien
de la felicidad

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