Ya en Moscú olvidaron
al último zar, no así
los versos de la suplicante,
la que aulló frente al verdugo
para atajar su mano,
la que creció a expensas
del vivir, la que pudo quitarse
de la memoria, hoy
sus escuetas líneas permanecen
y ella recobra su porte helénico.
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