Arroja el oscuro terror de tus cejas,
trasciende el confín del que apenas te alejas,
ven, dame la mano, libera tu mente,
ven, niña querida, que el sol es ardiente...
Si el fango del mundo te escupe y toca,
no el pie sino el ojo en él se coloca;
no vuelvas tu rostro, que el fango no vea
temblar nuestra sangre en su chimenea.
Si sientes quemado tu ojo y cetrino,
no el ojo te duele, te duele el camino;
no vuelvas tu rostro, que en vano vislumbras
tratar de atraparnos las tétricas sombras.
Ven, dame tu mano, sigamos volando,
mi niña esbelta, mi niña de encanto...
Al fin de las sendas torcidas observas:
hay sol en las ramas, hay sol en las hierbas...
(1970)
(Traducido por Paul Abucean)
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