Desde temprano en la vida
trabajé duro.
A los nueve años ordeñaba vacas,
transportaba comida
y labraba la tierra.
Por tres años fui bodeguero.
A los 20 atendí un burdel
donde un militar ebrio casi me asesina.
A los 21 ingresé a la Policía.
A los 27 fui empleado del correo nacional.
Cuando cumplí 33,
y habiendo sido despedido
por el gobierno morado,
me hice redactor de un diario.
A los 39 ocupé la oficina de una
organización religiosa.
Hoy llevo diez años frente a una iglesia.
Como han visto,
no fui un holgazán
ni un vago.
Sin embargo,
a pesar de este largo tiempo de lucha
y de afán,
nadie asumirá compromiso conmigo.
Pronto cumpliré sesenta
y cinco años tener un seguro médico,
una vivienda
y, mucho menos,
un retiro de vida.
Así es nuestro país.
Ahora, solo el amparo de Dios es mi esperanza.
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