El ser humano nace puro
como una blanca flor.
Y derrama su perfume sin
preguntar para quién.
Hay una conciencia alumbrada
por el bien, por el altruismo y
por el amor.
Es tan fuerte su aroma que resiste
los embates de las manos impuras
y de los terribles ojos de fuegos.
Pero es por un tiempo.
Con las constantes lluvias acidas,
luego viene el miedo y la
disminución en el esplendor.
Entonces no hay quien pueda
curar las ramas heridas, llorosas
y profundamente resentidas.
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