Una pesada angustia cabalga
sobre la desesperación.
Hay cuitas alojadas en los
rincones de las viejas casas.
Hombres y mujeres con
atuendos de luto muy callados
atraviesan el mísero pueblo.
Las flores del olvidado
cementerio oyen el perenne
sonido del campanario
eclesial mientras ladran los
perros cuando abren
las tumbas.
Es octubre y no
para de llover.
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