(En la cárcel)
Es la hora en que mueren los malditos
los huesos lanzan un vasto grito de ceniza
mientras gime el viento bonachón y enorme
con un hosanna blanco de rebeldes palomas.
Quieta noche, del aire apenas viene
un sonido cansado de barcos que se alejan
y hogares donde se ama, un sonido
que crece hacia adentro hasta tocar el alma.
Giran las sombras, voy hasta mí mismo,
me persigno y elevo las palabras.
Esta noche de ascuas enlutadas, me basta
la pupila en la celda donde fumo
una pipa de hartura y de deseo
y luego, respirar un hondo espacio,
salir del tiempo, estar bajo otro cielo.
Basta el viento y poser su origen.
Aquí, sin nadie, entre estos muros.
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