Tengo un nieto en lo más alto del mundo
donde no pueden alcanzarlo
las ásperas caricias de mis desventuras.
Nunca podré explicarle el desierto florido,
el diálogo telúrico de los volcanes,
ni el verdor centenario de las araucarias de Chile.
Un océano de otra sangre nos separa,
sólo pido que disculpe los fragmentos
de mis genes oscuros en el cristal de su infancia.
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