Golondrina triste y mensajera
vuela a mí con tu sol de plata
y atraca tu alma en este
puerto solitario
y de lágrimas.
Seca en mis manos
el plumaje atacado
por los perversos turbiones
Largo y salvaje
ha sido el viaje.
Desenredaré las olas que
murieron en el combate
y en la cúspide
vacía donde habitan
árboles agrestes
y angustiados.
He de curar tus heridas
con barro de mi tierra
y poner trigo dorado
en la ranura de tu
adolorido pico.
Hay nidos.
Nidos de plata:
hermoso hábitat
en el santuario.
Congojas.
Amargas congojas.
Llora la hora con su
pesado reloj de acero.
Pero duerme,
duerme placida,
humilde avecilla,
que hay un silencio
resguardado en la mirada
y yo soy su sombra.
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