A cada instante siento
las punzadas de un
sentimiento molestoso.
Es algo así como una
insatisfacción de la vida,
un vacío del alma,
un amargo sabor,
un querer lo que
nunca alcanzo.
Entonces,
siento estar donde no
quiero estar,
ver lo que no quiero ver,
oír lo que no apetezco y
tratar con quien
no deseo tratar.
Aunque libre,
siento estar en la cárcel
de barrotes gruesos y brutos.
El entorno me espanta
y me molesta.
Los colores son pálidos,
negros, grises y enfermizos.
Igual que la traición
del destino,
temo la persecución constante
de aquellos buitres y el
graznar azaroso de los
cuervos invernales.
En el rostro de los hombres
percibo peligro,
desprecio, burla, mentira,
ambición y mucho engaño.
Toco mi rostro y también
me atormentan las arrugas.
El paladar ha perdido el tino.
Y ya mis pasos no son
tan ligeros.
Se han estancado en la
quejumbre y en los
dolores punzantes.
¿Un bastón? ¡No! ¡Imposible!
En la mayoría de las
veces solo quiero silencio,
soledad y dormir a fondo
arropado por la
espesa oscuridad,
oculto a todas las perversas
y amenazantes miradas.
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