Ya casi llega la aurora.
Desde el bosque
me llega olor
a humedad y a
hojas muertas.
El viento es suave pero frio.
Empieza el trinar de aves.
Se retiran cocuyos
y luciérnagas.
Por el arroyo suena
el canto afanoso de un carrao.
Percibo que otro responde
desde la ribera distante.
Por allá,
en la lumbrosa
falda de la montaña,
un gallo también soltó un grito.
La neblina se disipa
y aparecen anaranjados rayos.
Entonces, de pronto,
siento un aroma
que sale de todas las cocinas.
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