Muy temprano me senté
a contemplar la llegada
del nuevo día.
Con apuntalado vuelo,
garzas buscaban el rumbo de una
cotidiana faena enredada
en la oscuridad.
Arboles enchumbados,
cubiertos por la plateada
y gruesa neblina,
parecían viejos enfermos,
llorosos y adormilados.
Sin argumentos ni perplejidad,
la humedad inmisericorde
se abriò paso entre mis huesos.
Desde montañas agarrotadas
llegadaba el olor a podridas hojas
y a yesca abandonada.
Por todas partes,
cual las astillas de un manantial
rechazado, se escuchaba
el canto desorganizado de
todos los pájaros pueriles.
Sin embargo,
profundo y metálico
yo seguía como quien carga
la quejumbre de toda una
larga y sufriente humanidad.
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