En las palmas de mis manos
yo cargo un incendio
de recuerdos.
Los he atado con alquitranes
y pólvora de siglos
cansados y lejanos.
Endechar,
meditar y contemplar
es lo único que puede hacer
el guerrero sentado sobre la
desgastada piedra metálica.
Todos se espantaron
y preguntaron por el resplandor
sorpresivo que se ocultó en el
estòmago de la nefasta caverna.
Fueron muchos los que lloraron
tocados por la pestilencia
aletargada en los almacenes
de espigas malogradas.
Pero yo solo escuché
que alguien llamaba
con la ronca voz que atravesaba
los neblinosos cementerios
de ataúdes desportillados
y profanados.
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